«Vázquez Montalbán y Leonardo Sciascia: dos seguidores sui generis de la novela policíaca» por Caterina Briguglia

Nuestra colaboradora y experta en literatura siciliana, Caterina Briguglia nos brinda un artículo sobre dos almas afines en el gusto por la novela policiaca.

Vázquez Montalbán
Vázquez Montalbán

 “En 1840, Edgar Allan Poe enriqueció la literatura con un género nuevo. Este genero es, ante todo, ingenioso y artificial; los crímenes, por lo común, no se descubren mediante razonamientos abstractos sino por obra del azar, de informaciones o delaciones. Poe inventa el primer detective de la literatura, el caballero Charles Auguste Dupin, de París” . Así Borges hablaba del nacimiento de la novela policial, un género que, a partir de entonces, encontró válidos continuadores y un público cada vez más apasionado, sobre todo en los países anglosajones y en Francia.

Sin embargo, a pesar de la ya larga y acreditada tradición, la crítica académica ha mostrado siempre cierta resistencia a la hora de aceptar la categoría de la “novela policíaca” como parte de la literatura alta y ha preferido delegarla a un nivel más bajo de literatura popular. Las razones de esta dificultad pueden ser diferentes: tal vez porque muchos consideran la novela policial como un texto que, una vez leído y solucionado, pierde las características que lo hacen digno de ser guardado; quizás por la excesiva producción en el sector, a veces incluso desordenada y poco seleccionada, con inevitables pérdidas de estilo y calidad; probablemente por un malentendido complejo de inferioridad de los mismos novelistas que no se sienten a la altura de los novelistas “verdaderos”. Sea cual sea la razón, es indudable el interés fuerte y continuo del público y esta consideración debería cuestionar la incertidumbre frente al reconocimiento de la validez de este tipo de narrativa. Hoy día es unánime el juicio positivo respecto a esta literatura y muchos de sus autores sobrevivieron a su tiempo, subiendo al podio y dejando atrás la categoría de paraliteratura. Abundan los estudios sobre este género y fue decisiva la contribución de muchos “grandes” que intervinieron en su defensa. Queda la perplejidad que deriva de la prolífica división en subgéneros y la confusa terminología, a menudo de derivación anglosajona, utilizada para definir el conjunto de obras que se reanudan a esta tradición; basta con pensar en las expresiones “novela negra”, “novela policiaca”, “novela de misterio”, “novela de suspense” y “novela de detectives”, todas utilizadas de manera poco clara.

Se trata, en todo caso, de un género complejo, con unos componentes fijos que forman como una jaula por su estructura fija en la que se mueve el autor. Leonardo Sciascia lo definía como “la forma literaria más honesta, porque con ella no se puede estafar al lector” . En otras palabras, se presenta como la unión de realidad y ficción y mira a presentar el relato de un caso que podría ser verídico. Se otorga el papel principal al proceso de deducción, a través del que se analizan los indicios y se llega al desenlace de la historia, o sea a la solución del misterio. De acuerdo con Poe, la obra literaria debe desarrollarse siguiendo un proceso claro y científico, utilizando una técnica científica y no el istinto irracional: “una vez planteada la situación misteriosa que habrá que desentrañar, los razonamientos se encadenarán rigurosamente hasta la solución final, trátese de la que buscaba el autor o de otra, igualmente necesaria, en la cual no ha pensado” . Podemos distinguir diferentes tipologías de novela policiaca: algunas, y son las más científicas, se presentan como literatura de entretenimiento y se centran en el descubrimiento del misterio. En ellas la trama desempeña el papel principal y el detective es un duro que consigue siempre solucionar el misterio y castigar a los malos. En otras no es importante el desenlace de la historia, que a veces ni siquiera se soluciona, sino la psicología del detective y la realidad contradictoria que lo rodea. Si Agatha Christie escribió un tipo de novela más próximo a la primera tipología, la segunda corriente cuenta con los maestros del género, como los americanos Raymond Chandler (1888-1959) y Dashiell Hammet (1894-1961) y el francés George Simenon (1931-1972). En sus novelas parten de la toma de conciencia que la realidad es un caos y que la gobierna un capitalismo cruel, donde no existen las fronteras entre legalidad e ilegalidad. De allí que el éxito de las pesquisas no es un reflejo de la solución del desorden social y la criminalidad; los autores saben que las leyes del mundo externo son las de la injusticia y la violencia. Así la novela negra deja el papel de literatura de evasión y se convierte en instrumento para indagar la realidad con desencantada sinceridad y mostrar las paradojas que la rigen. En los años setentas, este tipo de noir llega a Europa desde los Estados Unidos y pasando por Francia. Encuentra fortuna en área europea y, en particular modo, mediterránea donde lo acogen autores que dejan los escenarios americanos de las grandes metrópolis y las industrias en expansión y eligen el paisaje marítimo, teatro de un dualismo entre el sol y la buena comida por un lado, y la corrupción y la violencia por otro. Esta mezcla de luz y duelo proporciona un terreno ideal para el desarrollo de la novela policíaca que elige como campo de preferencia, sobre todo, el puerto y los barrios más populares, los “barrios chinos”.

Manuel Vázquez Montalbán, con su detective Pepe Carvalho, se adscribe de lleno a esta corriente de novela negra y él mismo, si bien reivindicando su eclectismo, declaró a menudo su deuda con los escritores americanos antes mencionados, con Simenon y su famoso detective Maigret, y con algunos novelistas italianos, entre ellos Carlo Emilio Gadda y, sobre todo, Leonardo Sciascia.

Sciascia era un apasionado de la novela policíaca, de la que adoptó temáticas y técnicas narrativas no solo en sus más celebradas novelas (El día de la lechuza, A ciascuno il suo, El contexto, Todo modo, El caballero y la muerte, Una historia sencilla), sino también en sus ensayos. Éstos se presentan como encuestas en las que examina con detenimiento los indicios relativos a crímenes ocurridos en Italia y cuyo misterio no fue nunca solucionado. Su obra aspira, entonces, a la búsqueda de la verdad y él siente el deber moral de asumir el papel de testigo en la lucha contra la corrupción y la criminalidad.

Montalbán escribe en El escriba sentado que Sciascia representa para él el mejor ejemplo de literatura política de este siglo y que la lectura de su obra impactó su conciencia de lector: con él compartía la idea de la necesidad de una literatura comprometida que reflejase el desorden de la realidad y pusiera al descubierto su contradicción. De Sciascia admiraba la finura intelectual y su “conciencia literaria universalizadora, en la que todos los patrimonios están al alcance del escritor” y que le permite “unificar en un estilo personalísimo la novela histórica, la policíaca, la novela filosófica y la inquietante volumetría del expresionismo kafkiano” . Sciascia, además, tenía una relación muy particular con los intelectuales españoles y su país; reconocía una identidad siculo-española y, para él, Sicilia y España son dos realidades a menudo intercambiables. Declaraba que “España representa para un siciliano un continuo surgir de la memoria histórica, un continuo sobresalir de vínculos y correspondencias” . Tal vez este sentir común hizo que el escritor español  lo sintiera tan próximo a su forma de ver el mundo y de interpretarlo.

Bien mirado, los dos escritores tienen mucho en común. En primer lugar, encontramos una coincidencia de experiencia vital por lo que se refiere al compromiso político: ambos tuvieron una formación anti-fascista y militaron en su juventud para el partido comunista, visto como la posibilidad real de cambio y de lucha social. Montalbán tuvo que enfrentarse con el gobierno de Franco, con la dictadura que le imponía reglas de convivencia civil y de escritura; Sciascia vivió en una época posterior al fascismo mussoliniano, pero, desde su formación de izquierdas, luchó durante toda su vida contra la Mafia, un fenómeno cada día más arraigado en la sociedad siciliana. Coherentes con sus credos, llevaron a cabo su actividad política también a través de colaboraciones en periódicos y ensayos sobre temáticas sociales y culturales, lo cual revela su personalidad polifacética. Y los dos escritores escribían y actuaban desde una posición peculiar dentro del estado: Sciascia desde su insularidad de siciliano, Montalbán desde Cataluña. Dos realidades distintas, (mucho más problemática la situación siciliana), pero acomunadas por la conciencia de ser algo a parte, aislado respecto al gobierno central. La peculiaridad de la realidad de origen lleva a la elección de impregnar las obras de un fuerte “localismo”, que se manifiesta con la adopción de un lenguaje coloquial propio de la zona y la presentación de elementos típicos de la tradición autóctona. Sicilia y los sicilianos están todos en las novelas de Sciascia, como Barcelona y los catalanes protagonizan las de Montalbán. Y de Barcelona retrata la faceta más genuina, y a la vez descuidada, con sus barrios llenos de vida, voces y colores, como todos los barrios populares de las grandes ciudades del Mediterráneo. Todo esto es suficiente para entender por qué Sciascia se convirtió en un referente importantísimo para el escritor catalán.

Sin embargo, lo que más los acerca es la convicción del papel social de la literatura y la elección de la novela policíaca como instrumento para llevarlo adelante. Los dos manifiestan una fuerte necesidad de literatura, como orden y dimensión creadora que puede substituir la incertidumbre y la desconfianza que derivan de la realidad contemporánea. La novela policiaca sirve como juego narrativo para acercarse a la realidad arbitraria y echar una mirada irónica a través de los personajes, que a menudo son un alter ego del escritor. La literatura es vista, entonces, como una buena acción para mejorar las cosas, si bien no para cambiarlas. En efecto, la confianza en la escritura no es tan fuerte como para creer en el papel de “poeta vate”: se limitan a la denuncia, al desenmascaramiento, pero con la conciencia que su palabra no podrá tener un impacto decisivo en la sociedad.

Sciascia sabe, como buen siciliano, que el destino de su isla es irredimible y que cada acción o cambio son imposibles. Lleva dentro el pesimismo y la filosofía del inmovilismo de derivación gatopardiana; nacen de la conciencia que el hombre, y en particular modo el siciliano, es, al mismo tiempo, víctima y verdugo de su destino y que no hay distinción entre buenos y malos. Su cinismo está, entonces, vinculado con la sociedad mafiosa, donde hay una coincidencia de corrupción y poder.

Montalbán vive, en cambio, en una situación diferente y su decepción es el resultado del fracaso del poder de la clase burgués y del capitalismo, es la “visión melancólica de la historia, de la conducta humana y de la relación del hombre con la sociedad” . El autor quiere representar el momento de la transición democrática que debería haber llevado a una sociedad liberal y pacífica y, en cambio, ve el ascenso de la burguesía que adquiere el poder y, bajo otros nombres, mantiene un sistema injusto. El detective Pepe Carvalho se presenta como un outsider que, con actitud irónica, observa la sociedad en todas sus capas sociales. Un personaje creado con todos los detalles, que adquiere vida propia con sus costumbres, vicios y manías y así remite a la tradición del policial que se centra en la personalidad del detective e indaga su psicología. En eso se parece mucho a los detectives de las novelas norte- americanas y al inspector Maigret de Simenon, con la diferencia que este es un personaje que no cambia en el tiempo y tiene siempre la misma edad, mientras Carvalho evoluciona a lo largo de la serie, envejece y su cinismo crece a medida que profundiza su investigación social.

Sciascia y Montalbán, dos ejemplos de novela policíaca que critica y denuncia la realidad. Y, en ambos casos, la reflexión amarga lleva a una infracción del género.

En la narrativa de Sciascia la ruptura es radical; el autor parece totalmente contrario a la poética de Poe y sus novelas abandonan el carácter científico, consagrándose al caos. La subversión de las reglas se manifiesta en la falta de desenlace; el caso no se soluciona y el detective deja incompleta su investigación. El lector puede sentirse estafado, pero lo compensan la intensidad intelectual de las novelas y la reflexión metaliteraria. Es más, el epílogo positivo es imposible justamente porque Sciascia no quiere estafar al lector. Por ello, evita la solución del caso porque esto significaría la consagración del poder cuando, en cambio, lo que quiere hacer es negar la existencia misma de la justicia. Para él, la realidad siciliana, condicionada por la mafia, es puro caos y todos los individuos son culpables.

Los comisarios encarnan la ley, pero no son capaces de hacerla respetar porque no es posible una representación maniquea de la sociedad. Se puede decir que introdujo en la novela policial el drama pirandelliano de la realidad plural y no conocible. No son importantes la trama y el detective, sino el discurso y las denuncias que quiere realizar a través de la escritura. La literatura es, para él, la iluminación, el desenmascaramiento de la hipocresía social y política.

Montalbán, en cambio, mantiene su confianza en el individuo y en su poder de resolución y esta lo lleva a introducir un cambio respecto al modelo sciasciano. Su pesimismo se circunscribe a la colectividad y no hace referencia a la capacidad de acción del individuo. Por ello, en sus novelas existen personajes positivos (aunque su entorno es formado por ambientes y actores negativos) y, sobre todo, el detective consigue solucionar el misterio y encontrar al culpable de los crímenes. Las pesquisas llegan a la solución, pero cabe subrayar que Pepe Carvalho es un detective privado y no un comisario, y que la policía, es decir las instituciones que representan el Estado, no interviene nunca para castigar al responsable. El orden establecido, entonces, es solo aparente, la colectividad no es capaz de intervenir. Montalbán, como Sciascia, subvierte las leyes de la novela policíaca clásica; introduce un cambio que no decepciona las expectativas del lector porque lo lleva a la solución del misterio, pero significa, en todo caso, una explícita toma de posición frente a la sociedad y las instituciones.

 Se trata de un conjunto de elementos que, junto con la caracterización del paisaje y del detective (Sciascia no creó a un detective en particular), manifiestan la voluntad de separarse de la tradición del género, de la que Montalbán acepta solo determinados rasgos. Conocer los antecedentes es importante para entender en qué medida un autor es inovador o deudor de la tradición. De acuerdo con George Steiner, “in poetics, as Coleridge argues in the Biographia Litteraria, both understanding and pleasure derive from the tensed imbalance between the expected and the shock of the new, which is itself, as its finest, a shock of recognition, a déjà vu” . Reconoce, entonces, la importancia de la literatura comparada, de la capacidad de remitir el texto que leemos a nuestro patrimonio libresco y reconocer analogías y diferencias. Cada escritor recibe la influencia de los precursores, elige a sus modelos, heredando su estética y su visión del mundo, pero esto no significa que su obra sea menos original. Merece la pena dar la palabra a otro grande crítico de nuestra época, Harold Bloom, que dedicó muchos ensayos al tema de la inevitabilidad de la influencia poética y del revisionismo. De acuerdo con él, la influencia puede ser también como una suerte de angustia para un autor que busque la originalidad y siente el peso de la tradición. Este fue, desde siempre, el núcleo del debate entre antiguos y modernos, de la elección entre asumir y seguir un modelo o abrir un nuevo camino, ignorando la enseñanza de los antecedentes; el choque se avivó durante todo el Romanticismo, cuando se desarrolló la idea del “genio” y de la “inspiración” personal, como prerrogativas de cada escritor. Sin embargo, con el tiempo se abre camino la convicción que, a veces, la influencia externa contribuye a forjar la originalidad de un autor y que éste debe ser capaz de recibir y volver a crear con su propia sensibilidad y carácter y, a su vez, convertirse en modelo para los que lo siguen. De allí se nota su grandeza, porque “las ideas y las imágenes pertenecen a la discursividad y a la historia y apenas son únicas en la poesía. Sin embargo, la actitud de un poeta, su Palabra, su identidad imaginativa, todo su ser, tienen que ser únicos para él, y tienen que seguir siendo únicos, o el poeta, como poeta, perece, aunque haya logrado su renacimiento en una encarnación poética” . El olvido o la permanencia de un autor a lo largo de los siglos demuestran, entonces, si la influencia era una imitación o una recreación. No sabemos si Vázquez Montalbán se convertirá en un clásico de la literatura, pero sí podemos decir que la suya no fue mera imitación y que su manera de construir la novela policíaca formó discípulos. Él acogió toda la tradición del género y le agregó su contribución personal. El resultado fue que muchos autores siguieron sus huellas y crearon ciclos de novelas policíacas parecidas, con detectives protagonistas “parientes” de Pepe Carvalho, con una psicología bien marcada y un estilo de vida similar. Basta con pensar en la obra del escritor italiano contemporáneo, Andrea Camilleri; éste se relaciona con todos los grandes maestros de la novela policíaca, desde Hammett, a Chandler, a Sciascia y a ellos añade la enseñanza de Vázquez Montalbán. Sus novelas están ambientadas en Sicilia y quien lleva a cabo las investigaciones se llama, y no es un caso, comisario Montalbán. Este personaje tiene mucho en común con Pepe Carvalho, sobre todo espíritu irónico y aficiones, interés por la literatura (aunque Montalbano no quema nunca los libros) y pasión por la comida, si bien, como dice su autor, las suyas son recetas auténticas y experimentadas. Quizás la diferencia fundamental entre los dos personajes sea que Montalbano es un policía, representante del Estado, mientras que Carvalho es un detective privado, con todo lo que eso conlleva desde un punto de vista conceptual. Sin embargo, el personaje de Camilleri es un policía sui generis, que actúa de manera heterodoxa respecto al cuerpo de policía y se aleja de las instituciones. No es este el lugar para analizar la obra de Camilleri, solo queríamos destacar aquí la influencia de la obra de Vázquez Montalbán en el escritor siciliano, para mostrar la capacidad de sus novelas de crear sucesores y dejar un legado para el mundo de la literatura. Una lectura consciente de su obra, a raíz del estudio de la tradición del género, sirve, entonces, para destacar su valor y permite contextualizarla dentro del panorama de la literatura mundial.

Caterina Briguglia