Ibn Hawqal es junto a Al Idrisi otro de los nombres propios de la Sicilia árabe que nos ha dejado sus impresiones de su paso por la isla. En su obra «Configuración de la tierra» Ibn Hawqal nos ofrece una visión de Sicilia (además de todo el territorio islámico que iba desde la península ibérica a la Meca) completamente distinta a la de otros autores coetáneos.
Se percibe un grado de subjetividad elevado en las notas que el historiador reune a su paso por la capital Palermo. Sin embargo se trata de una herramienta de inestimable valor puesto que además de tratar aspectos sociales (que a menudo son deformados por los autores), en su obra se recogen descripciones precisas de la geografía insular, de la distribución provincial y fiscal, de las riquezas naturales, de las actividades comerciales, de los planos urbanísticos de los barrios de Palermo.
Viajero incansable durante toda su vida, el cartógrafo Ibn Hawqal arribó en el siglo X (973) a una Sicilia lejana social e ideológicamente de su Bagdag natal donde las raíces del islamismo no tenían las influencias de todas las culturas del Mediterráneo.
Punto estratégico del Mare Nostrum Ibn Hawqal nos describe una Sicilia fortificada contra las posibles invasiones provenientes del mundo cristiano. Pero también nos habla de la importancia de sus mercados, resaltando las excelencias que ha conseguido el imperio musulmán conectando y controlando el comercio entre las distantes riberas del Mediterráneo.
Palermo se antoja en palabras de Ibn como un bullicio constante, con una catedral cristiana reconvertida en mezquita y que puede albergar a siete mil personas. Nueve puertas, minuciosamente descritas dan acceso a la ciudad, y su plano se describe en cuatro barrios: Khalisa, la ciudad de los príncipes y administrativa; el barrio de los eslavos, el más habitado y situado en la franja del puerto; el barrio de la Mezquita de Ibn Saqlab, también grande y cuyo arroyo permite el uso de molinos para regar jardines y huertas; y finalmente el barrio Nuevo de reciente construcción y que testimonia el crecimiento de la ciudad.
Pese a que Ibn Hawqal critica la dejadez con la que la comunidad musulmana lleva el día a día de la religiosidad, y la pobreza cultural de sus gentes, Sicilia cuenta según el geógrafo con más de trescientas mezquitas, dieciséis sólo en Palermo.
La multiculturalidad que halla ha sido según él, perjudicial para la economía de la isla, cuyos florecientes recursos no se explotan adecuadamente. Esa dependencia de las importaciones, y de las únicas producciones de lana, grano, vino, pieles de animales, y una «insignificante» cantidad de azúcar, sitúa a Sicilia en un estado de fragilidad.
Por contra, Ibn Hawqal habla maravillas del papiro siciliano, el único, capaz de competir con el egipcio, y que ha crecido saludable gracias a los sistemas de irrigación importados por los árabes. También describe la explotación de hierro que sirve para la armada y las carrozas del soberano.
Casi en cada línea destila el desprecio que tiene por la cultura siciliana, amalgama de varios pueblos que están en contacto en la cosmopolita Sicilia. Sobre todo son los maestros de escuela, y los líderes espirituales que celebran bodas entre cristianos y musulmanes, y permiten que los hijos de ambos prediquen la religión cristiana. Entendamos que para un viajero que ha estado en la Hispania Omeya y cuya ideología de su Bagdag natal es claramente anticristiana, la poca implicación en la Guerra Santa que tienen los musulmanes sicilianos supone casi una traición.