Entre los muchos viajeros ilustres que se encandilaron con Sicilia, el escritor Oscar Wilde destaca como uno de los que adoró la isla, sus gentes y su milenaria historia.

Es muy sugerente la lectura del pequeño ensayo de Stefania Arcara, titulado ‘Oscar Wilde y Sicilia -Temas mediterráneos en el esteticismo inglés’ (Editorial Cavallotto Edizioni, solo en italiano), no solo para resaltar la relación del irlandés con Sicilia, si no la de varias generaciones de coetáneos del poeta. Así, desde Goethe a Gaston Voullier, muchos artistas, poetas, escritores y pintores, dejaron un legado que nos permite conocer la isla a través de su experiencia.

Wilde en el contexto del Helenismo
A finales del siglo XX el sur de Europa -esencialmente España, Italia y Grecia- eran vistos por los intelectuales más septentrionales como un feudo de la resistencia a la modernización y la Revolución Industrial que estaba transformando la economía, sociedad y paisaje de Reino Unido o Alemania.
Las lecturas de Teócrito sirvieron para recrear en el ideario colectivo de los círculos de artistas británicos, una Sicilia pastoril, donde el tiempo no había cambiado nada desde la época de las polis griegas. Frente al estricto control de la moralidad anglicana, los artistas se sirvieron de la evocación de la libertad -comprendida en todos los espectros posibles- de las polis griegas para, a través de la reinterpretación de la prosa y poesía, hablar del amor sin restringirlo a lo heterosexual.
Encontramos muchos ejemplos de grandes representantes de esa pasión meridional -hoy reivindicados pero en su tiempo perseguidos o denostados- viajando a Sicilia, buscando ese oasis en el que prodigar el amor libre.
El viaje de Oscar Wilde a Sicilia
De hecho deberíamos empezar destacando que Oscar Wilde visitó en dos ocasiones Sicilia. La primera a Taormina en 1898 y luego Palermo en abril de 1900.
Su viaje de 1898 tuvo lugar tras salir de prisión, donde buscó paz y belleza, y también visitó la ciudad con la esperanza de vivir allí con su amante, Alfred Douglas. Su segunda visita fue unos meses antes de su muerte, donde exploró las bellezas de Palermo. Exploró la ciudad bajo el seudónimo de Sr. Frak, disfrutando de su hermoso entorno en la Conca d’Oro.
En la carta que escribió Wilde en abril de 1900 a su amigo y albacea Robert «Robbie» Baldwin Ross , menciona su paso por Sicilia.
«Mi querido Robbie,
Bueno, todo transcurrió con gran éxito. Palermo, donde nos alojamos ocho días, era preciosa. La ciudad más bellamente situada del mundo, sueña con vivir en la Conca D’Oro, el exquisito valle que se extiende entre dos mares. Los limoneros y los naranjos eran tan perfectos que volví a ser un prerrafaelita y aborrecí a los impresionistas comunes, cuyas almas turbias e inteligencias borrosas habrían convertido, sin más, en turbidez y turbidez, esas «lámparas doradas colgadas en una noche verde» que me llenaban de tanta alegría. El elaborado y exquisito detalle de los verdaderos prerrafaelitas es la compensación que nos ofrecen por la inmovilidad; la literatura y la música son las únicas artes que no son inmóviles.
En ningún otro lugar, ni siquiera en Rávena, he visto mosaicos semejantes. En la Capilla Palatina, que desde el pavimento hasta los techos abovedados es toda de oro, uno se siente realmente como si estuviera sentado en el corazón de un gran panal contemplando el canto de los ángeles. Y contemplar ángeles, o incluso a la gente cantar, es mucho más agradable que escucharlos. Por eso, los grandes artistas siempre dan a sus ángeles laúdes sin cuerdas, flautas sin respiraderos y cañas por las que el viento no puede pasar ni silbar.
Habéis oído hablar de Monreale, con sus claustros y su catedral. Íbamos allí a menudo en coche, los «cocchieri», muchachos de curvas finas y delicadas. En ellos, no en los caballos sicilianos, se ve la carrera. Los más queridos eran Manuele, Francesco y Salvatore. Los quería a todos, pero solo recuerdo a Manuele.
También me hice muy amigo de un joven seminarista que vivía en la Catedral de Palermo; él y otros once vivían en pequeñas habitaciones bajo el tejado, como pájaros.
Todos los días me enseñaba la Catedral, y yo me arrodillaba ante el enorme sarcófago de pórfido donde yace Federico II. Es una cosa sublime, desnuda y monstruosa, color sangre, sostenida por leones que han contagiado parte de la furia del alma inquieta del gran Emperador. Al principio, mi joven amigo, Giuseppe Loverde, me informó, pero al tercer día se lo informé yo a él, y reescribí la Historia como de costumbre, contándole todo sobre el Rey Supremo y su Corte de Poetas, y el terrible libro que nunca escribió. Giuseppe tenía quince años y era muy dulce. Su razón para ingresar en la Iglesia era singularmente medieval. Le pregunté por qué pensaba hacerse clérigo y cómo.
Me respondió: «Mi padre es cocinero, y muy pobre, y somos muchos en casa, así que me pareció bien que en una casa tan pequeña como la nuestra haya una boca menos que alimentar, pues, aunque soy delgado, como mucho: ¡demasiado, ay!, me temo».
Le dije que se consolara, porque Dios usaba a menudo la pobreza como un medio para atraer a la gente hacia Él. Y nunca, o casi nunca, usé riquezas. Así que Giuseppe se consoló, y le regalé un librito de devoción, muy bonito, con muchas más imágenes que oraciones; de gran utilidad para Giuseppe, que tiene unos ojos preciosos. También le di muchas liras y le profeticé un capelo cardenalicio, si se mantenía muy bueno y nunca me olvidaba.
Dijo que nunca lo haría, y de hecho no creo que lo haga, pues todos los días lo besaba detrás del altar mayor.»
¿Dónde se alojó Oscar Wilde en Taormina?
Oscar Wilde llegó a Taormina en 1898, con el objetivo de conocer el taller de Wilhelm von Gloeden. Su alojamiento fue el Hotel Victoria de Corso Umberto, hoy todavía superviviente de unos tiempos en los que el Grand Tour italiano siempre tenía una parada aquí.

En la Piazza IX Aprile, uno de los lugares más céntricos de Toarmina, una estatua de Oscar Wilde homenajea su paso por la bella ciudad siciliana.














